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Foto del escritorDanteBonelo

ANYI

Actualizado: 3 jun

Era una mañana tranquila en Garzón. El viento corría y se llevaba el calor como pequeños fragmentos de una materia sólida que terminaba incrustándose en las pieles de las gentes, como aguijones con ponzoña. Nada más que lo habitual en esta, la capital diocesana. 


Mientras yo me ponía unas pantalonetas y unas vans para ir a la panadería, Anyi se ponía un vestido rosa para ir a trabajar. Yo me miraba fijamente frente al espejo y renegaba de mis grandes tetas, mientras ella, también frente al espejo, contemplaba sus implantes y el cuerpo escultural que con tanto trabajo había logrado construir. Su cabello rubio y maquillaje también rosa, como su vestido, estaban listos para brillar y hacer brillar a les garzoneñes con cada corte. 


Me puse un binder y una camiseta holgada. Listo para esos dos mil de pan. Me desvié un poco porque al lado de la peluquería de Anyi vendían los mejores huevos del pueblo. 


Sin embargo, una horda de chismosos asustados no me dejó pasar. La gente corría y comentaba cosas. Había cintas de peligro y un número considerable de tombos rodeaba una escena de crimen. Entre dos uniformados, un hombre con la frente en alto portaba unas esposas. Al lado derecho, una escopeta aún caliente se encontraba. A la izquierda yacía el cuerpo sin vida de Anyi. 


El asesino repetía con vehemencia que Anyi merecía morir por su calidad de satánica y mala influencia para los menores. En mi propia calidad de satánico y mala influencia para los menores, el miedo se embutió en mis huesos. 


La noticia no tardó en esparcirse por las redes. Los medios locales la llamaban Ángel, en masculino, y se referían al victimario como alguien con problemas. Nada más desagradable ante mis ojos. 




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