Creo que la disforia existe. Existe aquí en mi pecho, habita en mis pensamientos, me hace un nudo en la garganta, me controla, me oprime, y no me deja en paz. Todos los días me acosa antes de ir a trabajar, me acecha cuando quiero ligar, y hasta me ha limitado en la realización de actividades que solían gustarme. Mi cabeza me dice que soy demasiado masculino para las lesbianas, demasiado femenino para los gays, demasiado trans para las heterosexuales, demasiado doubtful y tibio para otres trans. Soy demasiado inatractivo para mí mismo. Hay días que sólo quiero estar en casa, pido un domicilio y lo recibo desde detrás de la puerta, no quiero que nadie me vea, pero me toca y sino, me obligo a salir y a lo largo del día por momentos la olvido. Aunque la mayoría del tiempo me sigue a todas partes.
En mi día a día, suelo entregar un par de horas a la contemplación frente al espejo, a veces dañina, a veces esperanzadora. Dañina cuando paso un tiempo prolongado tratando de reconocerme, de aceptar, de entender, y de terminar nada más cansado, lleno de frustración al no ver el cuerpo que quiero. Me inflo de ira. Pienso en la EPS, en la demora, en la falta de dinero, me dan envidia otros tránsitos, me enojo conmigo mismo por no serme amable y ser el primero en invalidar mi propia identidad.
Me agarro las tetas. Son mías. ¿Por qué no las acepto? Antes, si bien no las quería, las aceptaba. Las tapo y viene la contemplación esperanzadora. Me calmo un poco. Me muestro todo lo que he avanzado en un año. Si todo sale bien, más pronto que tarde me van a operar. Voy a ponerme las camisetas y camisas que me gustan. Las voy a combinar con esos pantalones que he guardado. Le diré adiós al binder. Respiraré y transpiraré con tranquilidad. Volveré a la ciclovía y la recorreré de mi casa a Itagûi y de Itagûi a Bello y de Bello a Itagûi y de Itagûi a mi casa.
La ciclovía. La ciclovía me hace feliz, pero se ha vuelto una mata de mi inseguridad. Me cuesta mucho verme en ropa deportiva. No me puedo poner doble binder y camiseta debajo de la camiseta principal. Sería muy poco saludable e incómodo. Con el top deportivo se me ven unos senos redondos, bien “femeninos”. Me encantarían si no estuvieran en mí. Así nadie duda ni por un segundo en verme y referirse a mí como a una mujer.
Hace un par de meses me compré dos binders aptos para hacer deporte. No me aplanan tanto como los de mi uso diario, pero me ayudan a sentirme un poco mejor que con el top deportivo y me dejan respirar tranquilamente. Hace quince días probé uno. Salí a la ciclovía. Cualquier mirada, real o imaginaria, me incomodaba fuertemente. Me aguanté la mitad del camino y me devolví. Hablé con una mujer preciosa que estaba vendiendo cosas deliciosas. Me preguntó mi nombre y luego me dijo que “bienvenida” si quería unirme a unos planes todos fit. Sé que no lo hizo en mal plan, pero ese “bienvenida” en femenino no ayudó mucho. La palabra se me quedó pegada en el pensamiento el resto del día. Sé que no es así, pero mi cabeza sólo me repetía: son las tetas, es el binder.
Hoy lo intenté de nuevo. Me puse exactamente la misma ropa. Me insulté. Me dije que no podía ser tan gûebón. Me regañé. Me reclamé. Me repetí que no puedo dejar que las miradas ajenas definan quién soy o qué tan agusto estoy con mi identidad. Me hice un llamado a la calma. Me recalqué que con tetas o sin tetas son Dante y no importa si me miran en la calle, si me dicen bienvenida, si me llaman señora, o si un anciano inmundo me lanza un piropo asqueroso.
Con todo y esto, necesito que me operen. Quiero que me operen. Chao chao chao. Ne ce si to que me o pe ren. YA.
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