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Foto del escritorDanteBonelo

CRAG: DESPRENDIMIENTOS DESDE LA CARRETERA

Actualizado: 3 jun 2024

El accidente parecía haber comenzado un par de noches antes cuando Miguelito escuchó cómo una voz susurraba su nombre a eso de las 3:00 am, lo cual lo hizo correr despavorido de vuelta a la habitación. Martica, con su aire de Médium, lo interpretó como una señal, un anuncio de lo que vendría.Yo, mientras tanto, sólo pensaba en esto y aquello, buscando cualquier cosa que me hiciera sentir nuevamente el gozo de la vida.


El lunes abrí los ojos con la sospecha de ir tarde, como siempre. En efecto, eran las 8:00 am, hora del encuentro, no del baño. Los párpados me pesaban y se me caía la cara de la vergüenza, así como con cada tardanza en mi diario vivir. Aún así, nos reunimos Cristina, Miguelito, y yo en casa de la abuela. El olor del chocolate caliente hecho con amor avivó la mañana y arregló cualquier tensión causada por la demora.


Salimos con Leo, el taxista y primo de la abuela, quien nos dejó en el terminal y se ofreció a conducirnos al destino turístico del momento. Ida y vuelta por la módica suma de 140.000 pesos. ‘No, nos ahorramos 30.000 yendo en bus’, les dije. Sin más detalles dignos de contar, eran entre las 11:00 AM y 12 del mediodía, cuando llegamos a La Mano del Gigante. Todo transcurría con tranquilidad. Vimos en un mirador la figura imponente de una mano sobre la que más tarde observaríamos el verde exquisito de las montañas huilenses. Una cantidad importante de turistas hacía fila para capturar la tan anhelada fotografía de recuerdo.


Esperar y esperar para tomarse una foto en lugar de disfrutar los paisajes era para mí una completa ridiculez; pero no ese día. Ese lunes ahí estaba yo, organizado en línea, como honrando la tan jarta formación escolar que aprendí en mis años mozos; como si fuera plan de pagar recibos; como si fuera alguno de aquellos quienes me dan urticaria por posar largos minutos esperando la entrada a un restaurante gomelo. Ahí estaba yo, Dante Bonelo tras otra crisis de identidad, tratando de ser otre, tratando de desprenderme de cualquier idea de amargura. No obstante, aun cuando el intento estaba funcionando y aunque la estaba pasando realmente bien, mis pensamientos discretos pero fatalistas se iban acumulando, se iban haciendo más densos, más espesos.


Entre mis chistes tontos y pesados comencé a fantasear con aquella selfie en la que alguien accidentalmente perdía la vida. Me preguntaba, muy calmadamente, cuántos huesos rotos completaría alguien al caer de las mallas de descanso. Unía en mi cabeza absurdas historias fantasmales de heroísmo, muerte y sufrimiento a aquel momento fugaz en el que Miguelito tuvo tanto miedo.


Varias horas después, tras una caminata sudorosa y la que sería mi última pola del año, nos encontrábamos de vuelta en el parque central de Gigante, tomando la única minivan que quedaba estacionada para volver a Garzón. En el camino, Cristina y yo planeábamos el itinerario desordenado de los siguientes días: ir en bici a Rioloro, tal vez visitar a Elvira, caminar por las calles de la Jagua, tomar una cerveza a la orilla de la represa. A su vez, tonteábamos, reíamos; con cada curva recordábamos aquel pasado precioso en el que el abuelo nos llevaba con tanto amor en ese Renault 9 destartalado e imaginábamos con jocosidad que viajábamos en una montaña rusa. Asimismo, de mi bocota asustada que lanzaba palabras para parecer fuerte, salió la siguiente tontería: ‘uy señor, más despacito que quedamos estampados en un ponquesito del D1’, cuando sentí que nos acercábamos demasiado y a alta velocidad al camión de dicha empresa.


No muchos minutos más tarde, volteé a mirar hacia al frente y, como en un video de YouTube, con velocidad aumentada, vi que en menos de un segundo nos estrellaríamos: Whaaa?! ¡hijue**%&**, la cara no! ¡crash la minivan! ¡cataplán hacia adelante! ¡crag, tris el húmero! ¡uuuuh, uuuuh la ambulancia! En mi representación peliculesca de la vida, toda mi historia habría pasado por mi vista. Pero no me iba a morir. No debía ser tan drama king. Tan solo sería recibidor de una lección, según algunos ¿Una lección de qué? Yo apenas necesitaba acabar el itinerario vacacional, regresar a Bogotá, continuar en el absurdo de la búsqueda laboral, y seguir siendo un tris miserable, un tris feliz, un tris cheese tris: medio rancio, salado, pero agradable al final.


El ritmo de mi respiración aumentaba considerablemente, sentía un hueso bailarín en el brazo, la boca seca, y me empezaba a dar mareo. Las lágrimas descendían por mis mejillas sin permiso alguno, aun cuando odiaba que me vieran llorar. Nada qué hacer. Cristina intentaba llamar a casa, mientras me decía que aguantara el dolor y Miguelito denotaba una expresión de tragedia en su rostro. ‘Creo que me fracturé’, dije a la vez que me quejaba. ‘Ningún otro herido’, se le dijo a los camilleros cuando llegó la ambulancia. Un papeleo interminable aconteció inmediatamente después y continúa hasta el día de hoy: cédula, narración de los hechos, hora, triage, el paquete para el soat, la abogada, medicina legal, y como extra, mover el brazo a medias, fractura de húmero, lesión del nervio radial, incapacidad por dos o tres meses, terapia por unos seis, mano caída, posibilidad de cirugía adicional, sentirse inútil.


La mayoría me dice que fui afortunado, que habría podido ser la vida, que también habrían podido ser las piernas, que el destino me quería evitar algo peor o que debía darme un alto en el camino. Yo, a su vez, me he preguntado si en serio soy tan cheese tris o si al contrario la gente tiene razón y soy más bien súper bienaventurado. Ni lo uno ni lo otro, he llegado a concluir. Mi brazo hizo crag y aunque para algunos lo sea, para mí no es mínimo. Todo el asunto me ha generado ansiedad exacerbada y me ha hecho socavar el espíritu en cuanto a miedos que no existían. No obstante, también me ha ayudado un poco a desprenderme de varias cosas: la soberbia al pedir ayuda; la vergüenza por mi cuerpo; la idea obsesiva de un trabajo que no tengo y agradecer por el que sí tengo; la necesidad absurda de restarle importancia a mis dolencias porque hay otras peores; la creencia de que hay cosas que no me pueden pasar a mí.












Dante Bonelo





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