Dante Dante es torpe.
Con la lengua, con la mente, con el corazón, con el oído.
No habla, habla entrecortado, piensa en contradicción, no escucha, siente en piloto automático.
Dante Dante es inseguro, no se apasiona, pero es pasional, no cree en las palabras pero las quiere entender, no cree en el sistema pero se quiere casar, finge una sonrisa, quiere huir. Teme a la muerte, pero se quiere morir. Lee el horóscopo y le pide a Dios que le quite el dolor. Aborrece su niñez, desdibuja su adolescencia, se aterroriza con la adultez, se desencuentra en su identidad. Se desconcentra, se confunde, es una bomba nuclear. Es celoso, quiere controlar, odia controlar, quiere ser libre, pero no libertar. Se advierte pesado, se advierte liviano. Dante Dante se levanta, prepara café amargo, siente el sol a través de la ventana, le pesan los párpados, apenas y percibe sus gatos. Pilotea un nudo en la boca del estómago, lo logra, se baña, baila y canta un reggaeton. La recuerda a ella, se lamenta, se culpa, se insulta, se repone. Trabaja, paga la renta, salda los servicios, la tarjeta de crédito. Come ajinomén, pierde un par de kilos, la extraña, sonríe, dice que está mejor, recorre las calles en las que la amó, escucha a Bowie, escucha a The Cure, fuma, se lamenta. Dante Dante sube a su monareta. Se frustra, se pregunta, actúa, de nuevo, se percibe liviano. Se aflige, le conmueve el viento en la cara, le brota una lágrima, cierra los ojos. Le palpa la muerte, fenece, expira, vuelve a casa, fuma, destapa una cerveza, escribe, vuelve a habitar el mundo.
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