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Foto del escritorDanteBonelo

EL CIELO

Actualizado: 3 dic 2023

El miércoles estuve en una alabanza cristiana. No profeso ninguna religión y dudo fervientemente de la existencia de Dios, pero asistí con la ilusión de tener una jornada tranquila, diferente, menos agobiante que algunos días anteriores, y sin muchas responsabilidades en el trabajo. Al final, siento que fue una muy buena decisión.

El encuentro tenía un formato bien interesante tipo Talk Show, lo cual lo hace muy llamativo. En él, un hombre cuyo rol no ubico bien, pero llamaré pastor, hablaba con su madre, una mujer blanca, al parecer extranjera, según yo europea, quien estudió teología, y, también al parecer, ha sido misionera a lo largo de su vida, desde muy joven. Todo lo que está bien dentro de lo que podríamos llamar normativo.


En la plática, madre e hijo discutían su interpretación de cómo sería el cielo, teniendo en cuenta algunos pasajes de la biblia. Entre tanto, alcancé a entender algo que llamó profundamente mi atención. Esta mujer decía que las personas que lograran llegar al cielo, lo harían con un cuerpo nuevo y con algunos tesoros, o algo así. Por ejemplo, si te falta una pierna en este plano, al cielo llegarás con tu pierna nuevamente. Adicionalmente, el hombre chanceaba preguntándole por los tesoros con los que llegarían al cielo e indagaba si allá tendría entonces un automóvil lujoso.


El tema del cuerpo nuevo me hizo pensar en Paul Preciado(2002) hablando de cómo después de la segunda guerra mundial se podría interpretar que los hombres eran como cyborgs, reconstruidos con partes prostéticas para el servicio de las fábricas. Es así como, quienes habían perdido piernas, brazos, dedos, podían lograr una prótesis que les permitiese seguir trabajando. Prácticamente cada pieza del cuerpo podía ser reemplazada por una artificial, a excepción de una: el pene.


Hoy en día, sin embargo, existen las prótesis de pene, útiles en caso de disfunción eréctil, además de los dildos, en caso de querer darse placer fálico o en forma de cualquier otra cosa, de no haber nacido con un pene y desear uno, o simplemente querer uno extra. Por otro lado, si naciste con vagina y tomas testosterona, el clítoris puede crecer un poco más y alcanzar niveles de sensibilidad altísimos. Esto indica que podemos ser cyborgs al servicio de nuestro placer y nuestra identidad o construcción del yo, mas no solamente al de la producción.


Fuere como fuere, me cautiva la discusión de la idea celestial cristiana, la cual manipularé a mi antojo, y me hace pensar en cómo sería para mí el cielo ¿Cuál es el cielo que persigo?¿Cuál sería mi estado mental y económico allí? ¿Cuáles serían mis tesoros? ¿Cuál será mi cuerpo nuevo en el cielo? ¿Será que llego niño y empiezo a crecer o llego ya adulto?¿Será que mi nuevo cuerpo será mi cuerpo transexual? No creo que Dios sea tan pirobo como para llevarme igual si a los demás les anda ofreciendo extremidades. Entonces, en el cielo soy y tengo lo que quise en este limbo.


En el cielo, mis tesoros son variados y conforman esferas sociales, mentales, materiales y físicas. Si llego niño, juego Mortal Kombat con un play propio; me regalan carros a control remoto y pistolas de balines en lugar de bebés y kits de aseo en miniatura. Mi papá me lleva a acampar y a hacer senderismo los fines de semana. En el cielo, de grande mis amigxs me llaman Dan, las meseras me dicen príncipe, los niños me dicen señor, y mi mamá me llama ratón. Nada de mademoiselle, señorita, mucho menos dama. En mi cielo, la adolescencia es normalmente eterna porque las personas estamos en constante cambio. Pero este cambio no genera incertidumbre, sólo satisfacción. En el cielo, nadie me manda a calmar o a callar cuando tengo una opinión controversial y puedo expresar mis sentimientos sin miedo al rechazo o el qué dirán.


En el cielo, no tengo que pagar arriendo porque soy como un caracol, mi propio hogar lo llevo a cuestas y con eso basta. No tengo que pensar que me llegan los treinta sin siquiera haber pagado la cuota inicial de un apartamento. Al tener cada quien un techo en su propio cuerpo, las guerras que se desprenden por la toma del poder de los territorios son ridículas e innecesarias. El desplazamiento forzado, las fronteras invisibles, las clases sociales, las facturas de los servicios públicos, nada, nada de esto existe.


En el cielo, el Estado tampoco existe. El ente regulador somos nosotrxs mismxs. Aunque sí hay una figura superior edénica, por si acaso, solo que no es Dios Padre, sino Diosa Madre Marsha P. Johnson, la que me facilita el cuerpo nuevo sin ningún tipo de procedimiento burocrático, sin culpas de pecado u odio a mí mismo, sin la estresante salida del closet, y sin tener que pagar un solo centavo para entrar al paraíso, como lo harían mis amigxs de la iglesia de Comala en Pedro Páramo de Juan Rulfo.


Así pues, en el cielo me veo guapísimo con mi cuerpo nuevo, con una barba densa pero bien arreglada; me pongo camisas sin binder y sin pensar que se me ve un bulto grandote en el pecho porque, de hecho, no hay nada allí; trotar me empieza a gustar porque no tengo un estorbo que me hace sentir incómodo; ir a piscina o a la playa y meterme al río se vuelve casual porque usar un traje de baño no es problema para mí; disfruto del sexo sin que se me pase por la mente ni un segundo en qué pensará la otra persona cuando me vea quitarme calzoncillos y no tangas, cuando vea una vulva de clítoris grande y no un pene, o cuando me vea las piernas llenitas de vellos; ir de gala a una ocasión especial, como el ascenso de algún amigue o un grado de universidad de la vida celeste, no me genera ansiedad porque sé perfectamente que un vestido o arreglo de pelo no me tienen que acompañar.


Finalmente, en el cielo, mi voz a veces es fuerte, firme, y grave, fastidiosa y poco agradable, otras veces suave y nasal, dulce, arrulladora, íntima y consentidora, pero nunca más aguda que rompa mis propios tímpanos y nunca nunca más, complaciente, indulgente.





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