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Foto del escritorDanteBonelo

LA INVASIÓN DE LA SEÑORA TUSA

Actualizado: 10 mar 2024




Hace casi un año se me revolvió la vida. Me encontré con un dolor espinoso y desconocido hasta entonces. Llegó el vómito, el nudo intenso en el estómago y en la garganta. Mi ser llevaba dentro un mundo entero de insatisfacción por contener miles de palabras atascadas en la mente, en el corazón, en las piernas, en los brazos, en el sexo, en la palma de la mano, en la yema de los dedos, en los vellos de la cara, o donde sea que hayan estado albergadas.


Los cigarrillos se multiplicaron, el cenicero se rebosó, y mi dinero sólo se restó y se restó. Mi lectura del horóscopo y del tarot por internet, aunque con entendimiento superficial, se volvió obsesiva. Traté de explicar como fuera el hecho de que Ella no estaría más, de que tenía que enterrar su cariño y lidiar con el rechazo. La culpa me envolvió y el sentimiento de no ser suficiente me invadió. Un vacío ingente, que sólo se llenaba con lágrimas, empezó a depositarse en mi espíritu y el cuerpo me empezó a cobrar factura. La gastritis se hizo más fuerte, el apetito se volvió diminuto, la voz no paraba de temblar cada vez que decía el nombre de Ella, y los fuegos de mi fiebre interna no se hicieron esperar.


Además, mi (in) conciencia, confusa, me empezó a decir que ella me poseía en cada mal que aparecía, que ese era mi karma por no escucharla, por no entenderla, por no cuidarla tanto como se merecía. Así pues, los dolores en la espalda baja se hicieron más frecuentes, intentos de espasmos, largas horas sin poder dormir y la necesidad de acudir a la valeriana me acecharon, el síndrome premenstrual me empezó a dar ganas de morirme, tal como le sucedía a Ella.


Mi terapeuta me preguntó que qué extrañaba de Ella y yo ya no sé si era verla en las mañanas o en las noches al llegar del trabajo; si el calor que me ofrecía al dormir; si el que leyera mis palabras flojas; si el escucharla tocar; si el verla bailar; si la emoción con la que me contaba un chisme; si cómo me explicaba temas que yo no entendía; si sus lágrimas de felicidad o de tristeza; si cómo me decía mi cielo, mi amor; o la manera cómo hacíamos el amor; o la forma como tocaba las puntas de su pelo al leer, como llamando concentración; o la dulzura con la que preparaba unas berenjenas o unos champiñones con ajo; o la falsa certeza de que me iba a amar aunque yo fuera Dante.


Hoy no sé de su vida, no sé cuándo está contenta o cuándo sufre, pero me la imagino feliz. Feliz sin mí. Feliz con su nuevo amor, el que estoy seguro que tanto quería. Pronto será toda una vida sin saber de Ella, sin compartir con Ella, sin verla al despertar, ni al dormir, ni a la hora del amor, ni en la juerga, ni en el café, ni en el restaurante de la esquina, ni en los viajes, ni en nuestra casa, ni en el estudio, ni siquiera en las redes sociales ni de afecto.


Algo debe quedar más allá del recuerdo y esta tusa invasora, tusa parásito, tusa devoradora, que pareciera no terminar nunca: la gratitud por lo vivido, y el resentimiento por haberse ido de mí. Me queda el amor de Baco y Frika, el autodescubrimiento, mis ritos solitarios, el saberme un tris más fuerte e independiente, mis trayectos en bici, acampar porque sí, las caminatas a Laureles y el granizado de Juan Valdez, la farra en el poblado, mis nuevas amigas, el a veces placebo de que puedo hacer lo que me da la gana, mi nombre Dantesco, mis viajes poco planeados, mi mudanza, mi nuevo intento de hogar, esos otros brazos que me ofrecieron refugio.


Nota: Lista de canciones para llorarla a Ella














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