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POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS

  • Foto del escritor: DanteBonelo
    DanteBonelo
  • 1 may 2024
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 26 mar



Mayo 1, 2024. 


“Polvo eres y en polvo te convertirás”, decían en la misa. Recuerdo que Cuadrito y Thelmita me llevaban sin falta los domingos a la catedral. Era el templo favorito de la abuela. Yo tenía nueve años y ella me convencía o me obligaba, ya no sé, con la atractiva propuesta de una crema de las que vendían afuera, en el parque principal del pueblo. A mí me gustaba arrodillarme en aquel soporte para las rodillas cuyo nombre jamás aprendí. Supongo que al final adorar a Dios no tendría que ser tan sacrificado y doloroso. 


A veces mi mente se movía a otros momentos que no eran el de la misa específicamente. A veces me hallaba imaginándome el día en que hiciera la primera comunión y pudiera recibir la hostia consagrada como lo hacían Thelmita y Cuadrito. Aunque la verdad es que lo que me llamaba la atención era el tema del vino. ¿Cómo era que esta hostia, del mismo ingrediente de los recortes que vendían las monjas tendría un efecto distinto en mi cuerpo? Los recortes de hostia que vendían las monjas se podían comprar, pero la hostia consagrada supuestamente no. Decían que yo tenía que hacer la primera comunión primero para poder acceder a ella y que además tenía que estar medio libre de pecado porque no podría hacerlo sin haberme confesado antes.


 Hice la catequesis y creo que presté mucha atención. Aprendí el acto de contrición y otras oraciones de memoria. Lo que me servía me lo quedaba. Como cuando la catequista hablaba de los pecados capitales y en algún momento dijo que si uno se encontraba algo y no sabía quién era el dueño, uno no era ladrón. Ahí también vi algunos privilegios que otros niños tal vez portaban y yo no. En fin. Todo el rollo de la catequesis me ayudó a acceder a la tan anhelada hostia consagrada, que no era más que lo mismo que vendían las monjas, pero con vino. El vino era lo que la hacía especial porque no debe haber cuerpo sin sangre, ¿no?. No sé si ahí ya sabía que me gustaba el alcohol o era solo la curiosidad por la sangre del Cristo. 


Contradiciéndome un poco, porque así lo hacemos los géminis católicos, pobres y clasistas, creo que también prestaba atención en la misa. Mucho me cuestioné si yo no era el peor de los nietos con las rabietas que le hacía a Thelmita y los dolores de cabeza que le llegué a dar a Cuadrito más adelante en la adolescencia. Mucho además recuerdo las frases específicas “Polvo eres y en polvo te convertirás” o “dale para ella la luz perpetua” “Descanse en paz - que así sea”, o el “Oooremos”, o luego “La paz os dejo, mi paz os doy”, y luego con una sacudida de manos “la paz sea contigo”. La última era una de mis favoritas porque le daba el saludo a cualquiera que estuviera al lado, aunque la paz como que no me importaba nada. 


De nuevo, “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Eso quería decir que, a pesar de todo, todos éramos iguales, ya que todos nos íbamos a morir. Aunque luego descubrí que ni siquiera después de muertos somos iguales. Basta con ir a un cementerio, en el que también se ven bien marcadas las clases sociales. En fin. ¿Cuál era mi relación con la muerte en ese entonces? Era muy difícil procesar para mí, por ejemplo, que un día estaba jugando con Lolita, la mascota más loki de la historia, y al otro día tener que estarla enterrando en El Encanto, en nuestro cementerio privado de mascotas donde ellas sí eran todas iguales: Lolita, Lucas, Juanita, el otro Lucas, todos allá, bajo el mismo suelo. ¿Qué pasaba luego debajo de la tierra?.


 Un día el abuelo me llevó con él al cementerio de Garzón a sacar los restos, creo que de la abuela Raquel. Yo me ofrecí a ir con voluntad. Él me explicó que después de cierto tiempo, los restos los tenían que re acomodar. En esa jornada, con toda la luz del día, con una temperatura elevadísima, con el sudor en la frente, con el rayo de sol intenso en las cabezas, Cuadrito me mostró el cráneo y me dejó mirar dentro del cajón. Lo que vi fue trozos de tela, pelos, y algunos huesos, aunque la mayoría sí era polvo, sólo polvo. Seguramente algo así había pasado con Lolita, sólo que jamás jamás la vería de nuevo, ni siquiera a sus huesos o el polvo en el que se convertiría. 


Hoy, primero de mayo del 2024 sigo sin entender mi relación con la muerte. O sea, claro, me voy a morir. Me voy a morir. Me voy a morir. Me voy a morir. Dicen que si algo se dice muchas veces, ese algo se va despojando de significado, o al menos disminuye la intensidad de su impacto. Entonces sí. Me voy a morir. Y mis gatos se van a morir. Y mi mamá se va a morir. Y mi hermana se va a morir. Y mi hermano se va a morir. Y mi abuela se va a morir. Y mis amigues se van a morir. Y mis exes y las parejas que tenga en el futuro, se van a morir. Y todas las personas que quiero o llegue a querer se van a morir. Y mi abuelo se murió. 





 
 
 

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