Anoche me encontré deslizando hacia la derecha y hacia la izquierda antes de dormir. Pasaba, como un catálogo, entre un montón de rostros con la ilusión de encontrar a alguien. ¿A alguien para qué? Difícil pregunta. Resulta que estoy sediento de cariño, eagerly expecting something to happen ¿Qué será ese something? Tal vez una mujer con quien pasar esta noche, la siguiente, y la que le sigue a esa, sin ninguna excusa ni condición, sin muchos rodeos, que me aliviane este terrible dolor de espalda, que nos veamos y ya, que estemos y ya, y después de eso, si se quiere ir, que se vaya y ya está. El cariño puede ser fugaz, pero cariño, al fin y al cabo.
Match y mensajito de una, veo la luz al final del túnel. Una foto linda, como 35 años, pinta alternativa. Esta es taciturna, vegetariana, pienso -ja ja ja-. Pero está bien. Riqui. Me pregunta cuáles son mis pronombres, se me revuelve algo en la cabeza, nunca me lo han preguntado antes, y le respondo que por el momento ELLA, que aun lo estoy descifrando. Le devuelvo la pregunta, por si acaso. Me dice que ELLA. Me quedo pensando, y me da una emoción extraña, chocante, pero a la vez como si recibir esa pregunta me hiciera sentir más importante, visto, reconocido.
Me dice que se está quedando dormida, que hablamos mañana. Le digo que todo bien, que duerma rico. Llega mañana, estoy terminando mi turno en el trabajo y me escribe: ¿Pola o miedo? Se me dibuja una sonrisa en la cara y pienso: putas, aun me duele la espalda, pero pola, nunca miedo. No tengo ni un peso, entonces le digo que sí, pero le ofrezco tres opciones: 1. Que vayamos a un lugar en el que reciban tarjeta; 2. Que ella me gaste las polas; 3. Que venga a mi casa y pedimos por Rappi. Elige la 2, que ella me gasta las polas. Esta no quiere pasar la noche, me digo a mí mismo. Igual, rico que me gaste las polas. Vamos a ver qué onda. Quedamos en un lugar que no me llama la atención, nunca he tomado por ahí, pero conozco la zona.
Me pregunta qué música quiero para elegir el sitio. Le digo que a mí me da igual, no me importa qué música ponen. Me envía una nota de voz y me digo: mmm, riqui voz. ¿Será que me cambio?, me pregunto a mí mismo. Ya qué hijueputas, he tenido esta ropa todo el día. Me miro en el espejo: pura pinta de bollera: jeans arremangaditos, camiseta de un solo tono, camisa abierta de cuadros, tenis sucios y medio rotos. Vámonos pues.
Lo rutinarios que se han vuelto los encuentros de Tinder, hace que no me sienta tan nervioso, sin embargo, estar a la espera me genera cierto grado de ansiedad. Quiero salir ya. Finalmente me dice que ha encontrado un buen lugar y me envía la ubicación. Pido un carro, llego, pero he puesto mal la dirección, así que me toca caminar un poco. Mejor, así no se me notan los nervios.
Al fin llego y la veo a lo lejos. Entonces pienso, qué nervios, esta es más estilosa y fashionista en persona que en la foto. La saludo de pico en la mejilla y nos hacemos en otra silla. Le pregunto que cómo le fue en sus actividades del día y me habla del sitio en el que trabaja, sus proyectos, etc etc. Es interesante, pero pierdo la atención. Tomo cerveza, la miro y asiento con la cabeza. Por alguna razón me recuerda a mi hermana. Trato de armar conversación, pero siento que debo esforzarme demasiado. Mierda, esto no debería costarme tanto.
Al final, la interacción verbal fluye, pero intermitente. Todo se pone incómodo. Empiezo a darme cuenta total que volveré a casa temprano y solo. No habrá sexo ni cariño. Otra cita fallida. No importa. Disfruto la última pola hasta el último sorbo. Mañana será otro día para una nueva sesión de Tinder.
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